sábado, 23 de abril de 2016

Ruta Miajadas- Pantano

El jueves, 21 de abril, celebramos el día del Centro en el IES Torrente Ballester.

La mañana se inició con una ruta en bici que partía del instituto y terminaba en el pantano del Búrdalo en un recorrido de ida y vuelta. La ruta fue trazada por dos alumnos aficionados de la BTT y conocedores de todos los senderos y caminos de la zona. Como el recorrido era de solo 16 KM y la dificultad del terreno era muy baja, un grupo de profesores decidimos hacerla corriendo. En el último momento se unió un alumno de 2º ESO que se está iniciando en el trail running.







Y allá que fuimos.

La mañana salió perfecta: intervalos de nubes, una temperatura de 14 grados y una suave brisa.

Aquí estamos justo antes de salir.





Nos pusimos en marcha justo a las 8.35. Salimos por las traseras del instituto por una pista de tierra que las constantes lluvias de los últimos días mantenían blandita y con numerosos charcos que teníamos que sortear constantemente.

El grupo en bici pronto se perdió de vista. Los que íbamos corriendo nos manteníamos juntos a un ritmo muy bajito para que nuestro alumno fuese calentando y cogiendo cadencia. Nos cerraban dos profes en bici que son del pueblo y conocían la ruta.

Todo iba de maravilla. Marchábamos tranquilamente charlando, riendo y saludando a los muchos paseantes que nos encontrábamos a cada poco.
A unos 2 Km, el perro de una caminante decidió venirse corriendo con nosotros  y ni los gritos ni silbidos de su dueña conseguían hacerle cambiar de idea. Al final, los dos profes que iban en bici, tuvieron que bajarse y esperar con el perro a que llegase su dueña.

Los corredores seguimos adelante entre olivares, desperdigadas casas y viñedos. Solo se escuchaba el canto de los pájaros, los ladridos de los perros guardianes y el lejano run run de la autovía que pasa por allí.
Tan absortos marchábamos conversando y disfrutando de la carrera que no nos dimos cuenta de que el camino se bifurcaba en dos. Nosotros seguimos por la derecha sin percatarnos de que la senda se estrechaba y se volvía más abrupta y pedregosa.

Unos 15 minutos después me di cuenta de que no se veían rodadas de bicicletas y de que  los profes en bici que cerraban nuestra marcha no se veían por ningún lado...

¿Qué hacíamos?

Ninguno llevaba móvil, no conocíamos la ruta inicial y tampoco sabíamos seguro en qué momento nos habíamos desviado.

¡Menuda panda!

Por la orientación, sabíamos que no íbamos mal encaminados, así que decidimos seguir por allí.

Aquello comenzó a ponerse difícil: Algunos trechos estaban totalmente inundados y era imposible saltar sin mojarse. Pero el buen humor no nos abandonó en ningún momento porque estábamos disfrutando como enanos y el paisaje era verdaderamente bucólico.

¿Quién podría imaginar que a tan solo unos pocos Km de los regadíos hubiera estas preciosas dehesas con las sierras al fondo?

Tras una difícil bajada, el sendero terminaba en un arroyo bastante crecido imposible de salvar. Mi compañero Juanma, un experto barranquista, lo pasó sin problemas de piedra en piedra. Yo metí el pie derecho hasta el fondo. Pablo metió los dos. Y Octavio y Mario, nuestro alumno, se descalzaron y lo pasaron con el agua hasta las rodillas.

Ya se veía la presa del pantano, y hasta allí que fuimos.

Al llegar a la entrada, el coche de un trabajador de la presa salía. La visión de nuestro lastimoso pero animado grupo debió de inspirarle compasión porque se ofreció a dejarnos paso por la presa para así tomar un camino que llevaba al cementerio de Miajadas. No sabíamos qué hacer porque nos arriesgábamos a aventurarnos de nuevo por una zona totalmente desconocida y que nadie sabía que habíamos tomado. Así que decidimos volver por donde habíamos venido y nos despedimos del amable trabajador.
Otra vez a cruzar el arroyo, y otra vez que volví a meter el pie.

Como ya conocíamos aquello y Mario iba más o menos bien. Juanma y yo subimos el ritmo y nos adelantamos un poco. La vuelta fue aún más agradable porque ya sabíamos donde terminaba y qué dificultad presentaba.

El sol nos secó la ropa, pero las zapatillas iban totalmente empapadas. Ni qué decir tiene que no llevábamos agua ni comida, y ya habían pasado casi dos horas desde que salimos.

Si lamenté no llevar el móvil, fue sobre todo por no poder hacer fotos de los preciosos parajes que vimos.

A las 10.47 franqueamos la entrada al instituto entre vítores y aplausos de profes y alumnos.
Unos cuantos habían salido en coche a buscarnos y fue un alivio cuando les llamaron para decirles que habíamos aparecido sanos y salvos.

He de reconocer que me lo pasé pipa. No sé qué opinará Mario porque ayer no le vi por el instituto. Me imagino que tendría las agujetas de su vida, pero si fue capaz de resistir esto siendo un principiante, pocas cosas podrán echarle atrás a partir de ahora.

Para quien no conozca esta ruta... ¡pues le animo a perderse por estos caminos y a disfrutar de la aventura del trail running!